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La paradoja energética en España

La transición energética es ya una realidad en buena parte del mundo. Las energías renovables, especialmente la solar y la eólica, han protagonizado una revolución tecnológica sin precedentes. Gracias a mejoras en eficiencia, costes de producción cada vez más bajos y un impulso regulatorio constante, generar electricidad con fuentes limpias es hoy más barato que nunca. Sin embargo, en España, esta revolución no se está traduciendo en un beneficio tangible ni para los ciudadanos ni para las empresas. Mientras la electricidad renovable se abarata, la factura de la luz sigue subiendo y la industria sufre para garantizar un suministro fiable y competitivo. Esta contradicción debería alarmarnos: algo no está funcionando como debería.

España, potencia renovable… con precios de lujo

España cuenta con una posición privilegiada en recursos naturales. Con un alto nivel de irradiación solar y vientos constantes en amplias zonas del territorio, nuestro país podría liderar la generación renovable a nivel europeo. De hecho, en muchos momentos del año, más del 50% de la electricidad generada proviene de fuentes limpias.

Sin embargo, lejos de reflejarse en una reducción sostenida del precio al consumidor, la factura de la luz ha seguido encareciéndose, hasta situarse entre las más altas de Europa. ¿Cómo es posible? El sistema marginalista que rige el mercado eléctrico europeo —y al que España está sujeta— establece que el precio se fija según el coste de la última fuente de energía necesaria para cubrir la demanda, que normalmente es el gas natural. Esto provoca que, aunque la mayoría de la electricidad provenga de renovables, se pague al precio del gas.

Empresas atrapadas en un sistema desajustado

Muchas empresas, especialmente las electrointensivas, enfrentan dificultades para garantizar un suministro energético constante y competitivo. Las fuentes renovables son intermitentes: no siempre sopla el viento ni brilla el sol. Esto obliga a mantener centrales térmicas como respaldo, lo que encarece el sistema en su conjunto.

Además, la volatilidad regulatoria, los peajes, los cargos y los costes ocultos del sistema dificultan la contratación de energía estable a largo plazo. Esto perjudica la competitividad de las empresas españolas frente a países con un sistema energético más racional.

Una factura eléctrica inflada artificialmente

La factura eléctrica española es compleja. Solo una parte minoritaria del precio corresponde al coste real de generación. El resto son peajes, cargos, impuestos e incluso costes históricos. Esto significa que, aunque la energía renovable sea barata, el consumidor sigue pagando por ineficiencias del pasado y decisiones políticas discutibles.

Además, la falta de transparencia en el desglose de la factura genera desconfianza y frustración. La energía, como bien esencial, debería ser accesible, clara y justa.

¿Qué se puede hacer?

  • Reformar el sistema marginalista para que el precio refleje mejor el coste real de las renovables.
  • Invertir en almacenamiento energético: baterías, bombeo, hidrógeno verde.
  • Fomentar contratos PPA entre productores renovables y grandes consumidores.
  • Revisar y simplificar la estructura tarifaria para hacerla más justa y comprensible.
  • Impulsar el autoconsumo y las comunidades energéticas locales.

Conclusión: entre la abundancia y la escasez

España vive una contradicción energética: somos ricos en renovables, pero pobres en acceso justo a la energía. La transición ecológica debe ser también una transición justa. No se trata solo de producir energía limpia, sino de distribuirla de forma equitativa, eficiente y transparente.

Si no corregimos las distorsiones del sistema actual, la revolución verde corre el riesgo de quedarse en una promesa incumplida para millones de ciudadanos y empresas.